Uno de los mayores miedos del hombre es la soledad, que unida al silencio puede resultar un cóctel enloquecedor. La vida de un monje cartujo gira en torno a esto: soledad, silencio, oración y devoción. Junto con el estudio y el trabajo conforma la rutina de su vida diaria, que, vista desde fuera, resulta escalofriante. Muchas de las pautas y costumbres de su forma de vida engrosan el misterio que gira en torno a su figura, lo que los hace más atractivos de cara al exterior.

Otro aspecto espeluznante de la vida cartuja es la alimentación. No acostumbran a desayunar, y guardan ayuno desde la Fiesta de la Exaltación de la Cruz hasta Pascua, es decir, unos siete meses alimentándose únicamente a pan y agua una vez al día. Jamás comen carne, su alimentación se basa en huevo, legumbre, pescado y pan. Sin embargo, los aspectos más duros de la vida de los monjes son el alejamiento del mundo y la ausencia de información y pasatiempos. También hacen penitencia mediante la división del sueño en dos partes, la ropa áspera y la austeridad de sus celdas. Los monjes desean morir en la tranquilidad y soledad de su celda, lo que contradice la obligación de hospitalizar a los enfermos.
Todas estas estrambóticas costumbres conforman lo que llaman la vida contemplativa. Su objetivo es no poseer nada más que a Dios, no pensar en nada más que en Dios, no saber nada más que Dios y, en definitiva, vivir para Dios.
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