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23 may 2011

La vida de un monje cartujo

Uno de los mayores miedos del hombre es la soledad, que unida al silencio puede resultar un cóctel enloquecedor. La vida de un monje cartujo gira en torno a esto: soledad, silencio, oración y devoción. Junto con el estudio y el trabajo conforma la rutina de su vida diaria, que, vista desde fuera, resulta escalofriante. Muchas de las pautas y costumbres de su forma de vida engrosan el misterio que gira en torno a su figura, lo que los hace más atractivos de cara al exterior.
Un día normal de un monje cartujo comienza a las siete menos cuarto de la mañana, con el rezo de la Hora Prima seguida de un tiempo de meditación. A las ocho, la campana hace la llamada a la misa conventual que se realiza cantada. En torno a las once y media de la mañana y después de rezar la Hora Sexta, tiene lugar la comida, que realizan en solitario salvo los sábados y domingos. Posteriormente pueden disfrutar de un tiempo de descanso, que emplean normalmente en el jardín, realizando trabajos o paseando. A la una rezan el Ángelus del mediodía y la Hora Nona, que marcan el comienzo de las diferentes tareas de la comunidad: los estudiantes se centran en sus estudios o en el trabajo manual, los Padres gozan de libertad para el empleo de su tiempo, que suele significar oración, estudio o trabajo y los Hermanos reanudan sus trabajos. Entre las siete y media y las ocho de la tarde los monjes se acuestan. Su sueño se interrumpe con la campana de la torre marcando las once de la noche, a lo que responden aseándose y arrodillándose en el oratorio de su celda para recitar los Maitines de Beata. A las doce y cuarto la campana vuelve a sonar, dando paso a la silenciosa marcha de toda la comunidad cartuja hacia la iglesia. A la señal del prior, comienza el Canto de Maitines. La hora de acostarse de nuevo varía según la duración de los Oficios, pero puede alcanzar las tres de la mañana.
Otro aspecto espeluznante de la vida cartuja es la alimentación. No acostumbran a desayunar, y guardan ayuno desde la Fiesta de la Exaltación de la Cruz hasta Pascua, es decir, unos siete meses alimentándose únicamente a pan y agua una vez al día. Jamás comen carne, su alimentación se basa en huevo, legumbre, pescado y pan. Sin embargo, los aspectos más duros de la vida de los monjes son el alejamiento del mundo y la ausencia de información y pasatiempos. También hacen penitencia mediante la división del sueño en dos partes, la ropa áspera y la austeridad de sus celdas. Los monjes desean morir en la tranquilidad y soledad de su celda, lo que contradice la obligación de hospitalizar a los enfermos.
Todas estas estrambóticas costumbres conforman lo que llaman la vida contemplativa. Su objetivo es no poseer nada más que a Dios, no pensar en nada más que en Dios, no saber nada más que Dios y, en definitiva, vivir para Dios.

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