Han sido muchos los que se han dejado encandilar por la belleza de sus formas, atraídos por su esplendor. Desde el Conde de las Almenas hasta la infanta Pilar de Borbón se han visto inmersos en la historia del monasterio. Sus secretos, sus tesoros y la curiosidad por quienes habitan en ella la convierten en uno de los mayores atractivos de la ciudad, siendo objeto muchas veces de la atención de forasteros y, cómo no, de los propios burgaleses. Debido a este interés por la Cartuja, han sido innumerables las actuaciones por conservarla o, en menor número, modificarla a voluntad. A pesar del transcurso de los siglos, la Cartuja sigue maravillando a todo aquel que la visita, provocando en todos ellos el deseo de salvarla, restaurarla, hacer que perdure para que las próximas generaciones puedan también admirarla. Y la historia de éste deseo proviene de muy atrás, quizás incluso desde su creación en el siglo XV, llegando, inevitablemente, a alcanzar nuestros días y las nuevas tecnologías.
Su historia se remonta al reinado de Enrique III el Doliente, quien comenzó su construcción debido a su deseo de poseer un lugar de recreo y descanso cercano a la ciudad de Burgos, un palacio de caza. Sin embargo, no sería él, sino Juan II el que encontraría la verdadera razón de la existencia del edificio: ser un monasterio cartujo. No sin sufrir la oposición de la nobleza burgalesa, el monarca le cedió a la comunidad cartuja el edificio, bajo el nombre de Cartuja de San Francisco de Miraflores, y al mismo tiempo, decidió que ese sería el lugar donde su cuerpo debía descansar después de su muerte.
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Muy superior a ésta cantidad es el millón de maravedís que recibió el escultor por la obra clave de la Cartuja: el retablo mayor, realizado en madera de nogal dorada y policromada. Creado en colaboración con Diego de la Cruz, es el atractivo más potente del edificio, que ambienta a la perfección el lugar de descanso eterno y grandeza que anhelaba Juan II cuando ideó el monasterio. Propio del arte de la época, el retablo tiene una finalidad didáctica supeditada a la teología: muestra diferentes escenas de la vida de Cristo. De modo que el edificio cuenta con una simbología potentísima y sobrecogedora, casi de ámbito profético: a un lado, los reyes; a la cabeza, Cristo, quien guía a los monarcas y a toda la sociedad camino del paraíso.
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